Tuesday, May 20, 2008

Pablo Neruda


SI MUERO SOBREVÍVEME


Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura

que despiertes la furia del pálido y del frío,

de sur a sur levanta tus ojos indelebles,

de sol a sol que suene tu boca de guitarra.


No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,

no quiero que se muera mi herencia de alegría,

no llames a mi pecho, estoy ausente.

Vive en mi ausencia como en una casa.


Es una casa tan grande la ausencia

que pasarás en ella a través de los muros

y colgarás los cuadros en el aire.


Es una casa tan transparente la ausencia

que yo sin vida te veré vivir

y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.

Pablo Neruda




YO AQUÍ ME DESPIDO
Yo aquí me despido, vuelvo
a mi casa, en mis sueños,
vuelvo a la Patagonia en donde
el viento golpea los establos
y salpica hielo el Océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
ando errante por el mundo que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
de mi pequeño país frío.
Si tuviera que morir mil veces
allí quiero morir:
si tuviera que nacer mil veces,
allí quiero nacer,
cerca de la araucaria salvaje
del vendaval del viento sur,
de las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga
conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero,
el fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.
Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo.






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Monday, May 05, 2008

Fotografía


Escribir sobre una fotografía es intentar grabar un sueño.

“Si comparamos la fotografía con la música, observamos una ventaja clara y una diferencia principal, la fotografía vence al tiempo mientras que para apreciar la belleza de una canción ésta debe avanzar. La fotografía gana la batalla, si la canción se para, muere. Hasta mañana”

I

Estaba harto de dar clase aquel día. Sólo quería llegar a casa y olvidarse de aquellos estudiantes prepotentes y altivos que creían que eran la reencarnación del mismísimo Ansel Adams. Exactamente catorce niñatos que ni siquiera habían sido capaces de superar un examen básico como para permitirse ir a una universidad decente de fotografía. Los despreciaba y ellos lo admiraban a él. De hecho había sido muy…práctico. Su trabajo solo le ocupada seis horas al día, le dejaba las tardes libres y unas largas vacaciones pagadas. Le permitía dedicarse a lo que quería y a cambio hablaba de lo que le gustaba en el aula 321, a unos chicos recién salidos de un anuncio de colonia, disfrazados de hippies que no distinguían realidad de ficción y creían o simulaban vivir en un mayo del 68 permanente. Era obvio que de allí no iba a salir el siguiente Robert Capa, más bien algún paparazzi de tres al cuarto con ínfulas de gran hombre. Pero no le importaba en absoluto, si hubiera querido instruir a jóvenes promesas estaría cobrando un sueldo irrisorio, más propio de un becario que de un doctor en fotografía. Para él la fotografía no era una profesión, ni siquiera una distracción, era una necesidad.

Desde muy pequeño veía como se le escapaba el mundo. Vivía en un pueblecito del Pirineo y a veces salía a caminar solo. Se sentaba en algún lugar elevado o escondido y trataba de grabar la imagen en su memoria. Apretaba los párpados fuertemente, como si eso fuese a ayudarle a recordar mejor, y luego los abría para ver si la imagen guardada resultaba suficientemente real y fidedigna. Con su primer sueldo como camarero, o para ser más exactos, con sus primeros sueldos, alcanzó a comprar una cámara de fotos. Era casi prehistórica, una reliquia. Pero muy barata y con la certeza de que ni un cleptómano con síndrome de abstinencia sería capaz de robársela. Alguna vez se preguntó si la fotografía era para él como para su abuela la religión. A los dos les servía para luchar contra el mal que achacaba al abuelo y lo mantenía vivo con algún propósito cruel, como hacerles recordar cada día que todos los recuerdos de un hombre, toda su vida, puede ser olvidada y por lo tanto no-vivida. Que hasta el más alto de los amores, puede ser olvidado. Sin embargo el abuelo seguía con vida, o con algo que recordaba a la vida porque no era capaz de articular palabra ni valerse por sí mismo. Lo único que le hacia reaccionar, eran las fotografías que Pablo le enseñaba cada noche. Se podían intuir en él muecas que se acercaban a una sonrisa cuando veía aquellas pequeñas imágenes de la montaña, sonreía porque las fotografías recordaban por él. Le traían el viento, el frío, los sentimientos y los ruidos que a ciencia cierta no iba a sentir de nuevo. Pablo repetía el ritual cada noche, y a pesar de que la abuela lloraba al contemplar la escena, ya que siempre sostuvo que la sonrisa únicamente existía en la mente de su nieto, no podía evitar recordar ella también. Cada noche era una pequeña tragedia, que con ayuda del cariño y la ternura, y el convencimiento de que no iba a durar mucho, se repitió durante seis largos y agrietados años. No había renunciado a estudiar, simplemente lo estaba retrasando porque tenía cosas más importantes que hacer. El día que murió su abuelo, también lo hizo su abuela. Tardó dos días, cuarenta y ocho horas en fallecer científicamente, pero cuando la vio contemplar el cadáver del abuelo supo que acababa de morir. Así que pasadas cuatro lunas hizo su maleta y se fue a la ciudad, despidiéndose concienzudamente como sólo puede hacerse cuando se tiene el convencimiento de que no se va a volver. Se llevó casi todas sus fotos ya que algunas las enterró junto a sus abuelos y junto a su pasado.


II

Siguiendo el camino.

Comenzó a trabajar de camarero, contra todo pronóstico era un joven muy sociable. Rápidamente se ganó la confianza del orondo jefe que en cuanto supo de su obsesión por la fotografía le dejó exponer las mejores en su bar, a cambio de algunas horas extra y de que hiciera un reportaje completo de la comunión de su hija. Con las horas extra no tuvo problema pero lo de la comunión fue otra historia. Había pasado de fotografiar paisajes, ríos y montañas a retratar insolentes niñas de doce años con perros caniches que además de parecer extrañas ovejas, no dejaban su pantalón en paz. Aquel día tomó dos grandes decisiones, jamás se dedicaría a la fotografía profesional y la más importante, jamás tendría perro. Pero el destino tiene una manera curiosa de jugar con las decisiones de uno y en esa ocasión no fue distinto. Un buen día, un hombre delgado y vestido de negro, y es que a veces no es que los libros caigan en estereotipos sino que nosotros mismos nos convertimos en lo que queremos ser, le comentó la gran calidad de las fotografías expuestas entre calamares y patatas bravas. Le ofreció un trabajo a tiempo parcial en su estudio, que Pablo rápidamente aceptó. Intentó negociar el punto de los reportajes de bodas y comuniones pero por la cara que puso el hombre de negro, vio que no estaba en disposición de negociar. Hizo su maleta de nuevo y se fue con él, despidiéndose concienzudamente como sólo puede hacerse cuando se tiene el convencimiento de que no se va a volver.

III



Lo que vino después puede imaginarse, idas y venidas, muchas bodas y comuniones, muchas niñas con caniches y alguna hermana más crecidita que no importaba si tenía perro o no. Un buen día su jefe decidió que estaba desperdiciando su talento relegándolo a aquellas tareas, de manera que en un gesto totalmente altruista e indigno de él, decidió subvencionarle un curso de fotografía. Estudiaba por las tardes y trabajaba por las mañanas. El único tiempo que quedaba para él se comprimía entre algunas noches y el fin de semana, que no era tal ya que para Pablo en vez de llamarse fin de semana debería haberse llamado inicio de semana porque era el momento escogido por casi todo el mundo para bodas, bautizos, comuniones y demás celebraciones folclóricas. De forma que nuestro Pablo jamás descansaba. Hasta que llegó ella. La temporada estival. Habían llegado las vacaciones y con tanto tiempo libre no sabía ni por donde empezar, era una sensación parecida a haber estado en la cárcel mucho tiempo y un buen día salir maleta en mano, sin ningún sitio donde ir, sin nadie que te espere en ninguna parte. Más de uno se hubiera dado la vuelta y hubiera vuelto a entrar en prisión, porque no hay nada que abrume y desoriente tanto al hombre como la libertad. Pero él no era de esos. Había ganado muchas batallas, incluso a la soledad, y no iba a ser ésta la primera que el perdiese. No tenía amigos, de manera que tampoco podía consultar con nadie. Bajó las escaleras que unían su modesta buhardilla con la vida real y entró en el apasionante mundo de las agencias de viaje. Olía muy mal, suponía que debido al hacinamiento y a la falta de aire acondicionado. Cogió un folleto al azar, cosa altamente peligrosa, y descubrió con gran sorpresa un viaje a su medida. Alquilaban casitas en parajes muy dispares. Ideal para parejas de luna de miel o para familias con niños. Era perfecto para él. Un espacio grande y silencioso, rodeado de naturaleza donde poder salir a fotografiar tranquilamente, libre de hombres delgados vestidos de negro, libre de iglesias, libre de caniches, libre de madres emocionadas y libre del calor asesino de una despiadada Barcelona en Agosto.

IV


Lo acompañaron en un carro tirado por animales, que de haber sido por él no hubiesen alcanzado la denominación “caballos” ya que más bien parecían un cruce entre un perro y un poni. Abrazado a su nueva cámara e intentando que no se cayera ninguna maleta, llegó a la que sería su nueva casa durante algo menos de un mes. Con todas sus noches y todos sus días. Había conseguido comprar provisiones suficientes como para que no le hiciera falta contactar con nadie que le conectara con todo aquello de lo que se alejaba. Se despertó de repente, en medio de un agitado sueño, en medio de un silencio sepulcral. Se acercó a la ventana no sin antes chocar con una silla malévolamente colocada en el centro de la habitación. Así fue como entre una leve cojera y sufriendo la resaca de los sueños sacó fuerzas y corrió la cortina. Es curioso como los gestos más insignificantes pueden acarrear las consecuencias más graves.

Un lago, sin fin. Rodeado de altos árboles oscuros mecidos por el viento. Y todo esto iluminado con la anaranjada luz del amanecer. Cerró los ojos con fuerza, como solía hacer cuando era niño, al abrirlos vio que había clareado un poco más así que se intentó dar prisa. Se vistió, y corrió hacia el lago para poder tomar la que sin duda iba a ser una de sus mejores fotografías.

Llegó a la orilla, aun resentido del incidente con la silla y buscó la mejor perspectiva. Después de fotografiar hasta desgastar el paisaje, se sentó frente al sol y se quedó a contemplar la escena. La simple idea de pensar que iba a tener un mes para contemplar aquello, lo hacía feliz. Y la felicidad era una sensación extraña, al menos extraña para Pablo.

Cuando se despertó, o quizá justo al empezar a soñar, la vio. Pensó que era imposible ser más feliz y entonces la vio, sentada encima del muro, formando parte del paisaje. Disparó una sola vez, un disparo prefecto con la luz adecuada bastó. No sabía si acercarse a ella, le acababa de hacer una foto desnuda y además había sido todo tan perfecto que no sabía hasta que punto podía estropearlo. Pero se acercó, como si las piernas se moviesen solas y escapándose de toda lógica dejo que una inercia instintiva lo dirigiese hacia ella. Se acercó y ella notó su presencia y se giró consciente de su belleza. Le sonrió, se levantó con una lentitud estudiada y se marchó. Totalmente surrealista. Al día siguiente se despertó bajo el efecto de alguna droga onírica y volvió al lago, teóricamente a hacer alguna fotografía. Buscó a la chica con la mirada y esta vez la encontró sentada encima del un muro, con una toalla en la cabeza. La fotografió desde cerca y luego entablaron su primera conversación. Poseía una belleza extraordinaria, una de aquellas chicas que podría haber sido la bruja más mala de todos los cuentos, pero eclipsado por su belleza, solo se da cuenta uno cuando ya la ha sufrido. El se acercó, y observó que ella siempre mantenía la cabeza alta pero reía limpia y sinceramente. Cuando reía se acercaba a Pablo en cuerpo y alma. Ella, consciente plenamente de su desnudez. Él, iniciaba una risilla nerviosa y ridícula que solo le hacía sentirse peor. Pabló miró fijamente la alianza que ella llevaba y al preguntarle por la sortija, la mujer le explicó que estaba casada, pero su marido no la hacía feliz. Pese a todo se debía a él y jamás concebiría sus vidas por separado. Como era obvio acabaron experimentando uno de esos encuentros que solo pueden vivir con tanta pasión los protagonistas de los amores contrariados. Durante aquel mes todo el lago fue testigo de su amor, desde los arbustos hasta los peces. Bajo el sol y entre los árboles, no les quedó un solo rincón sin descubrir, hasta tal punto que se olvidó de su cámara. El día que encontró el carro tirado por mulas en la puerta de su casita se sorprendió. Fue consciente como pocas veces de la relatividad del tiempo. Un mes como un día cuando había vivido tantas horas como años. Había llegado el día de irse. Recogió todas sus cosas y ni se le pasó por la cabeza la idea de despedirse ya que los dos sabían que aquel día tenía que llegar irremediablemente. Y no se sintió triste, porque no conocía la tristeza. Pero era un maestro de la aceptación. Se sintió agradecido y feliz por aquel mes inolvidable y miró el lago sintiendo que así se despedía de ella.

V

Tenía que escapar del estudio. No hacía ni dos meses que se habían acabado las vacaciones y cada vez le gustaba menos su trabajo. Estaba a punto de acabar sus estudios y se estaba planteando buscar algo…mejor remunerado. Encontró trabajo en una universidad privada, buenos horarios y el sueldo no estaba mal. El día que le ofrecieron exponer sus mejores fotografías en una de aquellas galerías de tan buen nombre, se lo comunicaron en persona. Mientras preparaba la selección de fotos su ego crecía de forma exponencial. Recuerdos desde los doce años acudían a su mente. Estaba profundamente orgulloso de su vida, si hubiese tenido la oportunidad de volver a nacer hubiese escogido volverla a vivir. Antes de la última tría, contaba con veinticuatro en blanco y negro, dieciséis en color.

VI

Había repasado la selección un montón de veces. Paseaba de arriba abajo, no podía parar de fumar. La lista de invitados recorría su mente cada minuto, tenía que relajarse. La inauguración de la exposición iba a ser un acontecimiento social transcendente, un reconocimiento a su carrera. Y allí en las paredes, estaban con él los capítulos y las personas más importantes de su vida que en ese momento tampoco lo dejaban solo. Estaban los abuelos, la fuente del bosque, la casita del lago, el jefe de estudio que parecía emular una escena de Desayuno con diamantes… Estaban todos y estaban con él. Los había encerrado en las fotografías para sacarlos cuando los necesitase. Era en realidad un reconocimiento a ellos y no a él. Tan ensimismado estaba recordándolos que ni se dio cuenta de que se habían abierto las puertas. Entraron un montón de periodistas y de caras amigas. Algo tiró de su pantalón, era uno de esos perros que tanto odiaba, que parecían ovejas pequeñas. Levantó la vista y la vio a ella. La dueña del perro, la chica del lago, la reina de la exposición. Su altivez característica se había esfumado, ahora era toda luz. Su sonrisa seguía imperturbable. En sus manos no había restos de matrimonio y en sus ojos el brillo del lago.


Autor de la fotografía: F.Manso

"A veces pienso que llegué a ese lugar cuando Dios necesitaba que alguien apretara el disparador."